El mundo se enfrenta a una crisis migratoria
de grandes dimensiones. La huida de los países donde el autodenominado Estado
Islámico está imponiendo su régimen de terror, no ha hecho más que agravar la
situación. Miles de refugiados buscan un país de acogida y la Comunidad
Internacional parece no ser capaz de dar respuesta al problema. Algunos países
han aplicado políticas generosas de acogida pero esta apertura también les ha
causado problemas de inestabilidad interna. Otros han decidido blindar sus
fronteras. ¿Cómo deberíamos actuar?
El mundo se está globalizando. Nos
encontramos en un amplio proceso de cambio que afecta no sólo a los sectores de
economía, comercio y ocio sino también a la vida diaria de gente la como
ciudadanos de un país e individuos. La sociedad pide más flexibilidad y
movimiento y el mundo se vuelve un lugar abierto con muchas oportunidades de
buscar lo mejor para las personas, sea donde sea. Cada vez más gente decide
salir de su tierra nativa a comenzar nuevamente en otro país, haciendo frente a
muchas dificultades.
Actualmente en España viven
aproximadamente 44.000.000 personas, según el Instituto Nacional de
Estadística, y el 12% de la población son emigrantes. Quizás esta cifra no nos
sorprenda al compararla con la de otros países, pero sí nos asombra al
compararla con la cifra española hace diez años atrás, cuando era mucho más
baja.
Antes que nada habría que hacer
una distinción entre dos grupos principales de inmigrantes para que se aclare
de quienes se está hablando.
El primer grupo lo constituyen personas
que vienen a España durante una cierta época de su vida, aunque nada les obliga
a salir de su país de origen. Vienen expatriados por motivos de trabajo, casi
siempre la empresa para la que trabajan les pide que hagan algún traslado
temporal a otro país. Las condiciones económicas suelen ser favorables y no
presentan problemas de integración.
Otras personas vienen para pasar su
jubilación en España en determinadas zonas del mediterráneo y de las islas,
normalmente en compañía de sus cónyuges. En ambos casos proceden casi
exclusivamente de países de la UE, así que llevan una vida socialmente alta y
económicamente estable en los países de origen y lo consiguen también en
España. Para este colectivo, que constituye gran parte de la población no
española, conviene más el nombre de extranjeros.
El segundo grupo lo constituye hombres
y mujeres a las que circunstancias más graves les obligan a salir de su país.
Proceden en la mayoría de los casos de países menos prósperos, de países con
conflictos bélicos o del Tercer Mundo. Para ellos, la emigración les parece la
única o la más prometedora posibilidad para resolver sus problemas. Sin
embargo, al llegar al nuevo país suelen tener aún más problemas por falta de
dinero, carencia de educación y formación y situación legal, sólo por mencionar
algunas circunstancias.
Nadie se levanta un día por la mañana y
decide dejar atrás el país que le vio nacer para marcharse a otro desconocido. Se
trata de inquietudes y deseos que se acumulan poco a poco y culminan finalmente
en la decisión de emigrar. Para darse esta decisión, son necesarios tanto los
factores que empujan a las personas fuera del país, definidos socialmente como 'push', como los que atraen a los
emigrantes a un destino determinado o los 'pull'.
Sin la combinación de ambos la migración no se llevaría a cabo. El hombre, por
naturaleza, espera siempre un futuro mejor, por consiguiente va en busca de una
mejor calidad de vida. Para algunos la migración es la oportunidad de escapar
de un marco político social opresivo. Para otros es la promesa, o al menos la
posibilidad de mejor salud, mejor vivienda, una buena educación para sus hijos,
en fin una buena calidad de vida, lo que los arrancará de su entorno.
Algunos sociólogos han descrito la vida de
los emigrantes como una vivida entre dos culturas. Las personas emigran de su
país huyendo de situaciones y condiciones internas, no huyendo de su patria.
Consecuentemente al llegar al país de acogida les es difícil romper con la
persona que hay dentro de ellos y que todavía no ha migrado. Es imposible
pretender una asimilación completa y perfecta de los emigrantes al estilo de
vida del país de destino pues a causa del fuerte arraigamiento a su cultura, la
asimilación es mínima.
Los emigrantes se encuentran en
medio de dos países, en medio de dos culturas y divididos entre dos idiomas.
Utilizan su primera lengua para desenvolverse en su vida personal, con su
familia si está con ellos y con su círculo social, que la mayoría de las veces
son otros emigrantes de la misma nacionalidad. Por otro lado recurren al idioma
del lugar en el que residenl para desenvolverse en el trabajo. Las dos vidas no
se fusionan. El idioma es solamente un factor más que hace resistencia a la
asimilación, entre otras diferencias culturales.
En el mundo hay 244
millones migrantes, según datos de 2015 de Naciones Unidas. ¿Tienen en España
más o menos peso en comparación con otros países europeos?
Si durante los años de bonanza económica en
España la inmigración supuso uno de los protagonistas y motores indudables de
la mejoría, tras la crisis este fenómeno ha transitado por caminos diferentes:
retornos a países de origen, salidas de jóvenes formados en busca de una
oportunidad y, más allá de nuestras fronteras, en una enorme oleada de
refugiados.
De acuerdo con las cifras que
recopila Expansión/Datosmacro.com de Naciones Unidas, los 244 millones
de migrantes que había en 2015 en el mundo suponían el 3,3% de la población
mundial. Aproximadamente, el 58% de ellos residían en países desarrollados.
Según estos datos, en España había 5.852.953
de inmigrantes en ese ejercicio, es decir, 427.112 personas menos que cinco
años antes, aunque aún por encima de los 4.107.226 que había en 2005.
¿Supone muchos o pocos respecto a otros
países europeos? Pues, en conjunto, representan el 12,6% de la población
española, una tasa por debajo de la que tienen países como Alemania (14,6%) o
Reino Unido (13,07%). En Irlanda llega al 15,8% y en Austria, al 17,15%. Suecia
y Noruega, por su parte, superan el 14%.
En el lado más bajo de la clasificación se
sitúan Polonia, Rumanía y Bulgaria, que apenas llegan al 2%. Por su parte,
Portugal cuenta con una tasa del 8,1%.
Para Ramón Mahía, uno de los coordinadores
del anuario Cidob de la Inmigración, el saldo migratorio hoy en día es
prácticamente cero, "llegan más o menos nuevos en cantidad similar a los
que se van y eso hace que el stock de inmigrantes esté situado entre 4,5 y 5
millones de personas", afirma el experto.
En este sentido, el informe, que se ha
presentado esta misma semana, detalla que "el número de nuevos inmigrantes
en España ha estado próximo a 350.000 anuales entre 2009 y 2015", en plena
crisis económica.
Según un reciente estudio de la Fundación de
Cajas de Ahorros (Funcas), "la sociedad española avanza hacia una mayor
tolerancia o aceptación de la inmigración, pese al contexto de empleo aún
desfavorable, a lo que contribuye la menor percepción de presencia migratoria y
de mayor control de los flujos migratorios, además del efecto de la empatía y
del conocimiento mutuo tras años de convivencia con inmigrantes".
Las pateras y la valla
En España la inmigración tiene un especial
impacto a través del Estrecho de Gibraltar. Miles de seres humanos desesperados
emprenden periódicamente el arriesgado viaje que supone cruzar el mar que separa
España de África. Manejados y extorsionados por mafias, pagan enormes sumas de
dinero para tener un espacio en embarcaciones en muy malas condiciones. A veces
son abandonados a la deriva por estas personas sin corazón.
La Armada española ha fletado un barco
especial, la Fragata Navarra, desde el pasado septiembre cuya única misión es
salvar las vidas de estas personas que sufren las consecuencias de guerras y
crisis económicas.
En apenas un mes y medio, los
militares españoles ya han salvado la vida a 1.800 inmigrantes, 40 al día de media. Llevan en el
Mediterráneo desde el pasado 24 de septiembre y, últimamente, las operaciones
de rescate son habituales. Este domingo, sin ir más lejos, rescataron a 578
migrantes, 83 de ellos niños, frente a las costas de Libia. "Encontrar una
embarcación a la deriva es algo habitual", nos dicen.
¿Cómo se rescata una patera repleta de inmigrantes?
El procedimiento es "lo más
importante", relata el comandante de la Navarra. Lo primero que hay que
hacer es "calmarlos".
Llegan muy nerviosos y cualquier movimiento puede dar con todos en el agua. La
maniobra de aproximación la realizan dos pequeñas embarcaciones, que llegan a
la patera por los lados.
Muy pocos saben nadar. Pero si
hay algunos que, cuando se aproximan los militares, se lanzan al agua. Lo que se hace en
esos momentos de gran tensión es hablarles con megáfonos e insistirles en que
se sienten.
Una vez sentados, los militares
reparten chalecos salvavidas.
Prestan especial atención a este momento, para que los inmigrantes se los
pongan bien. A continuación se pasa al proceso de transbordo.
Los primeros son los bebés y las madres. A
continuación, los niños, seguidos de las mujeres. Un proceso que tiene que
llevarse a cabo con sumo cuidado para evitar que caigan todos al agua.
¿Con qué tipo de inmigrantes se encuentran?
Trabajar en el Mediterráneo
salvando vidas es duro pero, a la vez, un trabajo gratificante. El capitán de
fragata Cuquerella Gamboa relata que los inmigrantes con los que se encuentran
tienen muestras de agradecimiento
tremendas hacia ellos.
Cuando les reciben, se encuentran
a personas rotas, agotadas y
desnutridas. Son abogados, médicos o, en ocasiones, empresarios que
huyen de países en guerra y que se embarcan en una patera, engañados por mafias.
En ocasiones han visto cómo sus familiares han muerto asesinados por los
propios mafiosos.
¿Cómo es la
situación de la inmigración en tu país?
¿Se acepta
socialmente a los refugiados?
¿Crees que se
deben abrir las fronteras a cualquier persona extranjera con dificultades
políticas o económicas?
¿Con qué
condiciones?
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